Uzbekistán: Viaje por las tierras de Tamerlán
Samarcanda
No viajamos sólo por el simple hecho de comerciar,
nuestros corazones están agitados por vientos más cálidos.
James Elroy Flecker
“The Golden Journey to Samarkand” - 1913
Alejandro Magno la conquistó.
Gengis Kan la saqueó y destruyó.
El sabio musulmán Ibn Battuta la visitó.
Marco Polo la relató en su Libro de las Maravillas.
El emperador Tamerlán construyó allí la capital de su imperio.
Aquí estoy, sintiéndome muy pequeño, en la mítica ciudad de Samarcanda.
Samarcanda me recibe nevada, hermosa como una metáfora. Me encuentro frente al Registán, obra maestra de la arquitectura islámica.
Si los monumentos de Samarcanda son de una sublime belleza, la tradición uzbeka lo es igualmente. Me invitan a una fiesta organizada en honor de la circuncisión del hijo de Akbar, jefe de una aldea. A mí que no me gustan las fiestas... pensé, y me emperifollé.
Viajamos a Ros, 70 kilómetros al sur de Samarcanda, donde Akbar nos recibe y nos invita a almorzar. Terminado el arroz y los vasitos de vodka, nos dirigimos al lecho de un río seco, en las afueras de Ros, para asistir a un Buzkashi. Esta competición ecuestre se practica en Asia Central desde que los caballos existen y es la que dio origen al polo y al pato.
4.000 aldeanos, 400 caballos, 200 jinetes, 10.000 dólares en premios. A eso se le suma una tormenta de nieve y mucho vodka circulando por todos lados. Todo esto es financiado por el jefe de la aldea, que, como el resto de los uzbekos, no conoce límites en términos de generosidad.
En el Buzkashi el objetivo es llevar una cabra (previamente decapitada) de un extremo del campo al otro.
El jinete que logra agarrar la cabra y cruzar el campo con ella gana un premio determinado. Este ritual se repite varias veces durante el día. Con el paso del tiempo, los premios se vuelven más interesantes, y la ferocidad de los jinetes aumenta proporcionalmente.
El Buzkashi puede ser muy violento ya que no solo se mide el dominio de los animales y del juego, sino también la virilidad de los jinetes. Ver una competencia de este tipo es ver al hombre en un estado puro, casi primitivo.
Bujará
Los habitantes de Samarcanda poseen muchas cualidades,
son generosos y amistosos con los extranjeros;
valen mucho más que los de Bujará.
Ibn Battuta (cronista árabe del siglo XIV)
Viajes
Empiezo mi estancia en Bujará como debe ser: en una fiesta. A mí que no me gustan las fiestas... me dije nuevamente y me puse mi mejor perfume.
Es Navruz, el día de año nuevo, que también anuncia la primavera, pero más importante aún: es el cumpleaños de Rahmon Toshev. Para celebrar sus 52 años, Rahmon prepara un Halissa, guiso cocido en una olla de 100 litros, calentado con leña. Lleva carne de oveja, cereales y se mezcla todo en agua. En otra olla, más pequeña, cocinan una salsa a base de papas, cebollas y una mezcla de especias de Oriente. La preparación se cocina a fuego lento durante 12 horas. Mientras tanto, las visitas se suceden, los vecinos llegan para saludar a Rahmon, otros juegan a las cartas, las mujeres preparan postres y ponen las mesas, los niños corren por todas partes.
Antes de comer, el imán local reza a Dios por la buena salud de Rahmon y le da las gracias por la comida. Luego se forma la línea de comensales frente a las ollas, donde manos diligentes sirven el Halissa. Los vecinos llegan con pequeñas ollas, las llenan, le agradecen a Rahmon y le desean buena salud. Todo sucede bajo la atenta mirada de Rahmon, quien, una vez que todos están bien servidos, toma un tazón de Halissa y se sienta a comer.
Termino mi tercera vasija de Halissa y salgo camino al Liab-i-Haouz, un complejo de edificaciones construidas en el siglo XVII, que rodean una cuenca, principal depósito de agua de la ciudad de donde los caravaneros sacaban agua para sus camellos.
Hoy en día, este idílico lugar alberga el corazón de Bujará, con sus restaurantes, hoteles y tiendas.
A dos minutos al sur de Liab-i-Haouz, un discreto cartel anuncia la Sinagoga Knal Haehudi. El rabino Araón Sianov me invita a entrar y después se sienta a estudiar la Torá.
Miniaturas y caligrafías
Encuentro a Davlat Toshev, miniaturísta. Me cuenta que se inspira en antiguos libros de poesía, pero que también pinta escenas de la vida cotidiana, siempre contextualizadas en tiempos pasados. Las miniaturas están hechas en papel de seda y los pigmentos extraídos, en gran parte, de variedades de especias.
Kokand, Samarcanda, Bujará y Jiva fueron, durante la Edad Media, centros de conocimiento. Cuando en Europa quemaban a quienes contradecían a la Iglesia o cuestionaban el poder, Asia Central era un hervidero de eruditos, astrónomos, matemáticos, poetas, médicos y derviches en busca de sabiduría. Es, por ejemplo, gracias a las teorías de Al-Juarismi (nacido en Jiva) que se desarrollaron los algoritmos y el álgebra. En otras palabras, Al-Juarismi fue el precursor de Google.
La miniatura en Asia Central data de la época de Tamerlán (siglo XIV). Este arte ha pasado de generación en generación y la herencia se puede sentir hoy en día en Bujará, en artistas de renombre internacional como los hermanos Davron y Davlat Toshev, que hacen de la caligrafía y el arte de la miniatura una fiesta para los ojos.
Mitos de Bujará
Si hay una tierra fértil en mitos, es la de Bujará. Y uno de estos mitos es el de "Bukhara Burnes". Alexander Burnes fue uno de los oficiales británicos activos durante lo que los historiadores llaman "El Gran Juego”: la disputa entre espías rusos e ingleses a lo largo del siglo XIX por el control de Asia Central.
El inglés Burnes pasó a la historia gracias a su expedición a caballo al Kanato de Bujará, saliendo de la India y regresando por Persia. Fue asesinado unos años más tarde durante un motín de afganos, en Kabul, pero su epopeya y sus vivencias quedaron escritas en su libro Travel into Bokhara citado en The Great Game de Peter Hopkirk, de donde proviene este extracto:
"El visir parecía muy interesado en sus creencias religiosas y le preguntó si creía en Dios o adoraba ídolos. El británico rechazó esta hipótesis enfáticamente; entonces fue invitado a mostrar su pecho para demostrar que no llevaba un crucifijo. Como no llevaba nada, el visir declaró en un tono de aprobación:
—Es usted del pueblo del Libro. Usted vale más que los rusos—. Luego le preguntó si su gente comía carne de cerdo, una pregunta a la que Burnes sabía que tenía que responder con cautela:
—Algunos lo hacen, por lo general los más pobres— respondió.
—¿Qué sabor tiene?
Burnes, bien preparado, le dijo:
—Escuché decir que es como la carne de res.
Esa respuesta, my probablemente, le salvó la vida."
Giovanni Orlandi tuvo menos suerte. Relojero italiano capturado en Orenburgo en 1851, por traficantes de esclavos turcomanos, fue vendido más tarde al despiadado Nasrullah, Emir de Bujará.
El italiano quiso comprar su libertad construyendo el único reloj de la ciudad; Nasrullah le dio las gracias decapitándolo.
Todavía permanecen en la ciudad el minarete del que eran arrojados los criminales, o el lugar donde eran decapitados los convictos.
Jiva
Alivia con tu risa los conflictos. Encuentra tus propios colores.
Y deja que el sonido de las hojas se haga suave.
Pasa por los pueblos, yo te seguiré...
Peter Handke
Por los pueblos, 1981
Diez horas después de dejar Bujará, Jiva se revela ante mí. En pocos días pasé del frio de la nieve al calor del desierto. Salto del coche para tomar algunas fotos del Arca, la entrada principal del centro de la ciudad, antes de que caiga el sol. Las ráfagas de viento caliente me traen una melodía festiva. A mí, que no me gustan las fiestas... pensé nuevamente.
Entro al salón y me encuentro con una escena digna de una bacanal: mesas en filas desbordando de comida, las mujeres por un lado, los hombres por el otro, una orquesta estridente y exquisitamente desafinada, odaliscas, chicos a los gritos y mucho vodka. En las bodas uzbekas tiran la casa por la ventana.
Apenas tengo tiempo de presentarme cuando tres niños me toman de los brazos y me llevan a la mesa principal, donde están los padres de los recién casados. Me invitan a sentarme y tomar vodka. No me hago rogar.
Una odalisca baila frenéticamente al ritmo de la orquesta, los niños le traen dinero, la novia recibe regalos y posa para los fotógrafos, el camarógrafo lo filma todo. Unas copas más tarde salgo de la fiesta con nuevos amigos, el estómago lleno y el espíritu alegre... Mi visita a Jiva comienza bien.
Desayuno mata resaca. Me levanto, como abundante y parto directamente hacia el Itchan Kala, antiguo, homogéneo y mejor conservado complejo urbano de Uzbekistán que fue declarado por la UNESCO “Ciudad Museo” en 1967. Rodeado de murallas, la ciudad contiene, a la manera de una mamushka rusa, otro complejo fortificado, el Chakristán.
La existencia de Jiva se remonta a 2.500 años. Itchan Kala, el centro de la ciudad, está rodeado por 2.200 metros de murallas de 15 metros de altura. En el interior, medersas, mezquitas, minaretes, palacios y casas sencillas se amontonan.
Entro por el Arca, la puerta oeste, la principal. Inmediatamente a la derecha se encuentra el Kalta Minor o "minarete corto".
Minutos después, perdiéndome por las callecitas, doy con la mezquita Juma o mezquita central. Construida durante la conquista árabe, fue totalmente destruida por Gengis Kan. Restaurada por Ulugh Beg en el siglo XV, fue cerrada en el siglo XIX y se convirtió en museo en la década de 1960.
A la hora en que el sol da tregua a las murallas, me pierdo en los pequeños pasajes de la ciudad. Me detengo frente a la estatua de Al-Juarismi, mi erudito y matemático amigo. Juntos vemos pasar el tiempo, el sol que se va... Mis pensamientos se pierden en el silencio, trato de entender cómo conjugaron creencias ancestrales como el Zoroastrismo, los conocimientos de los antiguos griegos y luego el Islam.
"Las historias vienen del Egeo,
la piedra, la arena y el tiempo las moldean.
Los fuegos paganos se esconden en el nuevo libro,
un hombre canta versos.
Así la Falsafa fue."
Nukus y sus alrededores
El drama del Mar de Aral
Estoy ante una escena surrealista: Barcos flotando en un desierto de arena.
A caballo entre Kazajistán y Uzbekistán, el mar de Aral agoniza desde hace más de 50 años. Alimentado por el Amou Daria y el Syr Daria, los principales ríos de Uzbekistán y Kazajistán respectivamente, el Mar de Aral fue el cuarto lago más grande del mundo y es hoy uno de los peores desastres naturales del siglo XX causados por el hombre.
El hombre soviético.
Los genios rusos de la planificación decidieron, en la década de 1960, desviar los dos ríos para obtener más agua de riego, y, de esta manera, cumplir con las cuotas de explotación de algodón. Una de las consecuencias más desastrosas, además de la pérdida total de 24 especies de peces, son las tormentas de arena tóxicas, que constituyen el peor peligro.
A medida que el agua se evapora, los pesticidas e insecticidas utilizados en las granjas algodoneras, transportados por los ríos y las lluvias hasta el mar, van emergiendo gradualmente. Las partículas de estos elementos son transportadas por tormentas de arena y llegan hasta Georgia o el mismo Valle de Ferganá, a más de mil kilómetros de distancia. Esto causa enfermedades, deformidades fetales y cáncer en las poblaciones locales.
El Schindler del arte ruso
Llego a Nukus, capital de la República de Karakalpakia, una región autónoma en el oeste de Uzbekistán. Pasan dos hombres en una moto con sidecar. Cuando levanto la cámara para sacarles una foto me gesticulan amorosamente un fuck you. Ya me habían dicho que la gente de esta región no era muy agréable de traiter.
Entro al museo de Nukus para ver la Colección Savitsky. El periodista Nacho Meneses llamó a Igor Savitsky "el Schindler del arte ruso", haciendo un paralelo con Oskar Schindler, el industrial alemán que salvó a 1.100 judíos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Savitsky dedicó su existencia a salvar más de 40.000 obras de arte de la represión soviética, arriesgando su propia vida.
Nacido en Kiev en 1915 en el seno de una familia burguesa, se convirtió en electricista y proletario, condición "habitual" después de la Revolución de Octubre, para evitar problemas con la Rusia bolchevique. En 1950, participó en una expedición arqueológica a Karakalpakia, donde se instaló.
Fue en medio de la represión estalinista contra intelectuales y artistas que, arriesgándose a ser encarcelados, asesinados o sometidos a trabajos forzados, algunos de estos decidieron permanecer fieles a sus convicciones. Unos años más tarde, Savitsky, que no tenía dinero pero contaba con la sutil complicidad de las autoridades locales, logró erigir un museo en medio de esta región perdida de Asia Central y así ocultar 40.000 obras condenadas. Primero recogió las obras de los artistas uzbekos de la escuela del mismo nombre, y luego decidió ocultar las obras de la vanguardia rusa condenadas por el régimen por no corresponder con los criterios del "Realismo Socialista".
“Encontré estas pinturas enrolladas y escondidas bajo las camas de las viudas, otras en talleres abandonados, e incluso escondidas en los techos de las casas. Terminé con una colección que nadie en la Unión Soviética se atrevió a mostrar", dijo Savitsky.
Como su museo, Uzbekistán entero es aún, soy testigo, un tesoro oculto que espera ser descubierto.
Marzo del 2012
Texto y fotos: Ezequiel Scagnetti
Prohibida su reproducción sin autorización previa.